Comentario
El hecho de que las provincias meridionales de los Países Bajos permanecieran unidas a la Corona española, fue decisivo en el dominio espiritual. Tras la triunfal campaña de Alejandro Farnesio, la Reforma perdió definitivamente los Países Bajos del Sur. Rechazada la idea de tolerancia religiosa por Felipe II, dadas las implicaciones políticas que los ideales protestantes conllevaban, en especial los calvinistas, la única vía para olvidar la sublevación y restaurar los privilegios era el restablecimiento de la religión católica. De no aceptarse esta exigencia, la única salida era la expatriación. Movilidad poblacional y desarraigo social, no siempre relacionados con motivos religiosos o políticos, fueron sus consecuencias en uno y otro lado: no extraña que un flamenco como Rubens fuera alemán de nacimiento y que aprendiera su oficio con O. Venius, holandés de cuna pero flamenco de adopción.La Contrarreforma, así asegurada, no sólo se contentó con refutar y proscribir la herejía, sino que se entregó de lleno a revigorizar la ortodoxia. Para asegurar su triunfo la Iglesia cuidó de la elección de los obispos, deanes y párrocos entre los religiosos más preparados y celosos, regularizó los nexos con Roma y fortaleció las relaciones jerárquicas, controló la disciplina eclesiástica, aseguró la formación teológica y canónica del clero, fomentó la instrucción religiosa de los fieles, potenció la catequesis y la predicación y, en fin, vigiló la observancia de los dogmas, las prácticas culturales y la piedad. Y todo ello, sin duda que con un celo mayor que en ningún otro sitio.Pero la restauración católica no se hizo de golpe, y hasta 1600-1620 no se recuperaron los niveles anteriores al levantamiento. Desde entonces florecieron por doquier las órdenes religiosas -protegidas o introducidas en Flandes por los propios archiduques-, remodelándose y erigiéndose de nueva planta iglesias, conventos y colegios, poblándose de nuevo las casas regulares y los béguinages (beaterios). Carmelitas descalzos, franciscanos recoletos o capuchinos, agustinos, jesuitas... rivalizaron entre sí. Si en el apostolado popular los franciscanos se llevaron la palma, la Compañía de Jesús alcanzó un importante éxito en la enseñanza, en verdad muy selectiva, gracias a su renovado hurañanismo cristiano y por medio de sus cátedras de Teología y de Filosofía en la Universidad de Lovaina y de casi treinta colegios públicos repartidos por todos los Países Bajos católicos. Excelentes pedagogos y diestros confesores, los jesuitas dominaron los ambientes cultos, los círculos burgueses, las casas aristocráticas y hasta la intimidad de los mismos archiduques, de los que obtuvieron su confianza y apoyo. Allí donde sus acciones pedagógica o confesoria no llegaban, se internaron apoyándose en sus antiguos discípulos, agrupados en congregaciones marianas (unos 25.000 miembros en 1640, entre los que se encontraba Rubens, que había sido secretario del sodalicio de Amberes), en el reparto de centenares de catecismos impresos o en el impacto de sus retóricas predicaciones, favoreciendo la devoción sensible y el culto fervoroso a las imágenes.No es de extrañar que la piedad popular se volcase, llenando las iglesias multitudinariamente, venerase a la Virgen María y los santos, colocara sus efigies hasta en las fachadas de sus casas, subvencionara construcciones, pinturas y decoraciones escultóricas en los templos y peregrinase en muchedumbre hasta los santuarios de Foy Notre-Dame, Halle y Montaigu. Tal fervor y piedad tocaron también la vena sensible tanto de príncipes y gobernantes como de nobles y burgueses, ganándose la de intelectuales y artistas.Ni sorprende, en consecuencia, que en el arte flamenco abunde la temática religiosa -de tono heroico, taumatúrgico o extático-, sobre todo en su pintura, muy inclinada al gran formato por dirigirse en un alto porcentaje a la decoración interior de las iglesias, de un altar conventual, de una capilla palatina o de un oratorio privado, cuando no a la de un hogar burgués. Los asuntos bíblicos, la vida de Cristo, de María y de los Santos, además de las alegorías sobre las Virtudes, los Dogmas y los Sacramentos, el magisterio y el papel director de la Iglesia, las ideas y los principios cristianos, negados o combatidos por los herejes protestantes, vinieron a constituirse en los temas más solicitados por una clientela eclesiástica y una comitencia particular y devota que exigían vivir el fervor místico sin anular la experiencia sensible en la figuración de un martirio o del triunfo de la Religión. De ahí, el aparente paganismo -siempre superficial y, en todo caso, reflejo del buen conocimiento que los artistas y el público educado en las aulas jesuitas tenían de la Antigüedad clásica-, la sensualidad desbordante, la espectacularidad dinámica, la bulliciosa facundia que están siempre presentes, como en los cuadros profanos, entremezclados con su atávico realismo, en el arte flamenco del Seiscientos.Entre 1653-60, coincidente con el recrudecimiento de la guerra y las derrotas militares, además de solaparse con las dificultades tanto financieras como comerciales, la cuestión jansenista volvió a sacudir las ya adormecidas pasiones religiosas. La difusión, especialmente entre los opositores a la Compañía de Jesús, de las concepciones de Port-Royal y la querella moral que enfrentó a rigoristas y laxistas, conllevó el enfriamiento paulatino de la piedad en todos los medios y clases sociales, patente sobre todo a partir de 1680, con inevitables repercusiones en el campo de la comitencia y el patronazgo artísticos.